Tradicionalmente se nos ha dicho que la personalidad no cambia, si nacemos de un modo moriremos así. Nuevos estudios psicológicos están dando al traste con aquello de “loro viejo no aprende a hablar”, aludiendo a la “imposibilidad supuesta” de que alguien no pueda mudar rasgos notables de personalidad.
Tu personalidad, ¿inmutable o transformable?
Eres melancólico, introvertido, no te gusta la gente… o te encanta estar en una multitud y ser el centro de atención pero te gustaría también ser más reflexivo: muchas veces nos sentimos insatisfechos con cómo somos, con nuestro desempeño social o escolar, con nuestras relaciones y el modo en que nos comportamos.
En 2014, la revista Research in Personality publicó un estudio donde se fijaron metas para cambiar la personalidad, donde un inaudito 97% manifestó su deseo de ser más consciente, extrovertido, emocionalmente estable o abierto a nuevas experiencias; esto, según el psicólogo social Roy Baumeister, es lo que él denominó “cristalización del descontento”: una vez que la persona reconoce los patrones de deficiencias en su vida, puede reorganizar sus valores básicos y prioridades para mejorar.
De hecho, muchos de nosotros gastamos una enormidad de dinero en psicoterapias, o en libros de autoayuda, seminarios, programas de control del estrés, todo en función de lograr una mejor versión de nosotros mismos, de cambiar esos rasgos que no nos gustan de nuestra personalidad. Sin embargo, ya en 1968, Walter Mischel, un psicólogo que llevó a cabo el famoso “experimento malvavisco” de la universidad de Stanford, apuntaba que cualquier noción de coherencia en la personalidad es en gran parte un mito, pues las acciones de una persona en un momento dado dependen más de la situación emocional y del contexto que de alguna “esencia” perdurable que identifique a esa persona. Su investigación sugiere que entre un comportamiento y el siguiente puede haber cambios notables.
Otro psicólogo norteamericano, Seymour Epstein, que adelantó una serie de estudios observando el comportamiento de las personas en diversas situaciones, corroboró las conclusiones de Mischel, pero fue más allá: apartando los momentos individuales, el carácter general de alguien puede notarse en el promedio de sus muchos comportamientos en el tiempo; durante el transcurso de un día, todos fluctuamos un poco en nuestro “verdadero” ser y el que no es, y aparentemente actuar fuera de carácter es más bien la regla que la excepción.
Lo que los nuevos estudios sobre la personalidad indican es que las personas son introvertidas, agradables, conscientes, emocionalmente estables o abiertas en la medida en que sus patrones repetidos dicen que son; indudablemente los genes influyen en los patrones de comportamiento, pero lo que sí es cierto es que no hay nada inmutable sobre ser de una manera determinada.
En la práctica, claro, cambiar es difícil, aunque a lo largo de su vida una persona –sin ningún esfuerzo consciente– pueda evolucionar. A medida que envejecen, las personas tienden a ser más maduras y bien adaptadas, y por ello alguien de 65 años será más disciplinado que el 85% de adolescentes, y también un 75% más agradable que ellos.
En este sentido, los roles sociales juegan un papel importante: una persona que se compromete más con su trabajo, a menudo se vuelve más consciente, igual que alguien involucrado en una relación a largo plazo tenderá a ser más estable emocionalmente; de hecho, mientras más comprometida sea una persona consigo misma y considere éste un rasgo de identidad, aparentemente será más factible para ella cambiar su personalidad.
Pero la pregunta que da título a nuestro artículo es si es posible, intencionalmente, cambiar la manera de ser. Algunos estudios indican que sí: en 2015 un equipo de investigadores de las universidades de Michigan y de Illinois analizó una muestra de estudiantes universitarios que habían declarado sus objetivos para cambiar su personalidad a través de diversas dimensiones –por ejemplo, “quiero ser más sociable”– al comienzo de un período de 16 semanas. Cada semana, tomaron pruebas de personalidad para medir el crecimiento o el cambio en el tiempo.
Para ayudar a algunos participantes, los investigadores asignaron aleatoriamente la mitad de los estudiantes a una “fijación de objetivos”, en donde se propondrían rasgos específicos que quisieran cambiar y medidas y actividades concretas –por ejemplo, “llamar a Marta y concretar un almuerzo para la semana próxima”–, con el fin de generar planes de aplicación “si sucede esto, entonces haré esto otro” (un ejemplo sería “si me siento estresada con la llamada a Marta, llamaré a mi madre para hablar de ello”).
Los investigadores advirtieron a los participantes que los objetivos no podían ser muy amplios o vagos, del tipo “quiero tener más autocontrol, o autodisciplina”, pues no se lograrían cambios duraderos.
Durante el semestre, aquellos que declararon que querían ser emocionalmente estables “más de lo que ya eran”, aumentaron su estabilidad emocional. Es más, quienes comenzaron con planes concretos tuvieron muchos más cambios en los 5 rasgos de personalidad, de los que ya te hablamos en otro post; hay que señalar que estos cambios ocurrieron lentamente, con un trabajo consciente y continuo.
De esto se desprende que quienes fracasan en cambiar su personalidad es porque tienen expectativas poco realistas de lo que en verdad pueden lograr: si te pones metas personales muy difíciles, aunque logres algún progreso inicial, no se mantendrán en el tiempo, lo que hace que te frustres y te decepciones y pienses “soy así”.
El primer paso para lograr ese cambio es saber qué es lo que quieres cambiar; luego viene el verdadero trabajo, el cotidiano, el darte cuenta de los pensamientos, sentimientos y reacciones diarias, e irlos modificando. No es fácil, pero sí posible.
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